Si la fotografía se escribe a sí misma a través de la luz, no hay nada que pueda decir acerca de ella. Es en la propia imagen donde se encuentran las palabras no dichas, donde aparecen las preguntas y quizás alguna respuesta.
Decimos que la fotografía es una manera de detener el tiempo, de atraparlo. Usamos palabras como disparar y capturar, pero en este acto obsesivo del registro, no se detiene el tiempo, no se le mata, más bien se le engaña. Hay un misterio ineludible que funda la fotografía, una mentira que elegimos creer para transformar en verdad. Nos dejamos fascinar y como un vicio, nos seducimos unos a otros con el poder de una farsa.
La paradoja ocurre cuando podemos ver que la fotografía no sólo vive gracias al tiempo, sino que es el tiempo en una de sus manifestaciones. El tiempo entonces nos permite engañarlo, nos ayuda a engañarlo y sabe, mejor que nosotros, acerca de nuestra repetición sin pausa.
Debemos poder mirar hacia el interior de una imagen, debemos poder atravesarla. Debemos poder ver lo que ha quedado fuera de ella, fuera del tiempo que parece estar mostrándonos. La fotografía es el acto breve de lo infinito, disparamos y capturamos, como en una pequeña batalla contra el olvido.
Magdalena Chacón